En uno de los antebrazos de Sara García Alonso (León, 1989), asoma un tatuaje con el enigmático prisma de la portada de The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, uno de sus álbumes favoritos. Sin duda, el rock progresivo y fascinante de Roger Waters también tiene un lugar especial en la banda sonora de esta biotecnóloga e investigadora, más cuando, poco antes de que ella naciera, los cosmonautas de la estación espacial Soyuz 7 llevaran consigo un casete del álbum Delicate Sound of Thunder. Por lo que Pink Floyd fue la primera banda en sonar en el espacio.

Del mismo modo, ella es la primera mujer española en formar parte del Cuerpo de Astronautas de la Agencia Espacial Europea, tras ser seleccionada recientemente como una de los 17 integrantes de la última promoción de la ESA. Un selecto grupo de hombres y mujeres –en el que comparte honores con su compañero Pablo Álvarez–, que superó un largo y duro proceso de selección entre más de 22.500 candidatos y que participará en las futuras misiones tripuladas a la Luna y Marte.

«Supone una gran responsabilidad –reflexiona Sara– y, aunque lo asumo con cautela, estoy muy emocionada. Sobre todo cuando trabajo o hablo con niños y niñas y se ven inspirados». Poco después de su nombramiento, Pablo y ella asistieron a un homenaje que les rindieron en la Universidad de León, donde ambos estudiaron. «Entrar en una de las aulas más grandes y ver a todos los estudiantes aplaudiendo fue impresionante. Y después, que algunos se acercaran a decirnos, por ejemplo, que habíamos sido un impulso para acabar la carrera, es algo impagable. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano por intentar estar a la altura», promete.

sara garcía astronauta
Pipi Hormaechea
Cortavientos transparente sobre camisetas de algodón, bermuda estilo safari y braga de canalé, todo de Miu Miu.

Pero hay que remontarse a algunos años atrás para entender por qué una chica de León, sin más recursos que los que ofrece la educación pública, acabaría convirtiendo en realidad ese sueño que albergan la mayoría de los niños: ser astronauta. Sara tenía ocho años cuando vio junto a su padre la película Contacto. Aquella cinta de ciencia-ficción protagonizada por Jodie Foster la dejó clavada en su asiento. Dice que ni siquiera sabe si la entendió, pero recuerda perfectamente la sensación que la acompañó al salir de la sala y cómo durante un tiempo se imaginó pilotando naves por el espacio. Al igual, evoca con cariño aquellas noches junto a su padre y su tío cuando provistos de mapas de las estrellas, salían a identificar constelaciones en los alrededores de Candanedo de Boñar. Hoy, aquel cine de León ha desaparecido y en el pueblo de sus abuelos, dice con cierta pena, hoy sólo vive una familia.

Pero para ella tal vez el pasado se comporta un poco como ese gato de Schrödinger que juega a estar vivo y muerto a la vez. Una metáfora cuántica de la que se desprende que todo lo que ha hecho en su vida le ha servido para algo. Sólo hay que conectar los puntos.

Un largo proceso

¿Cuántos meses estarías dispuesto a pasar en viaje de negocios? ¿Has estado alguna vez en misiones operacionales en la Antártida? ¿Cuánto tiempo has estado en confinamientos? ¿Serías sujeto de pruebas humanas? Estas son algunas de las preguntas que Sara tuvo que responder en una de las seis fases de selección que fue pasando –en un proceso ciego y sin género– donde ella era apenas un número. «Hubo cuestionarios muy marcianos», bromea. Aunque después fue entendiendo parte de ellos: «Muchos de los perfiles de mis colegas eran extraordinarios: en el proceso he conocido a seis personas que han pasado un año en la base Concordia o, por ejemplo, otra compañera era piloto de British Airways y, al mismo tiempo, profesora de Física y campeona de triatlones. Y encima ¡una mujer impresionante de metro ochenta!».

"Me encanta aprender todo tipo de cosas, porque todo te sirve para solucionar problemas, incluso cómo hacer un cocido y que quede bueno"

Pero, al margen de estos anecdóticos datos, Sara hace otra reflexión sobre el scouting de la Agencia. La mayoría de las pruebas, al margen de las capacidades intelectuales –pasó un examen de once horas evaluando sus conocimientos– o médicas –«No se trata de en cuánto tiempo harías una maratón, sólo quieren asegurarse de que estamos sanos: ¡en el espacio tú eres tu propio médico»–, eran psicológicas. «Ya no buscan superhéroes como sucedía en las misiones Apolo, donde todos eran hombres blancos heterosexuales de 45 años y pilotos».

Para las nuevas generaciones de astronautas, una vez superados ciertos requisitos profesionales y pruebas de inteligencia, lo que marca la diferencia es la evaluación psicológica, y que, según relata, miden de maneras diversas, «en entrevistas con especialistas, con paneles, dinámicas de grupo... Con todo analizan tus dotes de liderazgo, capacidad de comunicación o trabajo en equipo, resolución de problemas o reacción», enumera.

sara garcía astronauta
Pipi Hormaechea
Mono de lino con cinturon de Iro y maxizapatillas de Dsquared2.

Y tal vez echando la vista atrás, uno entiende cuánto importan esas otras capacidades cuando, por ejemplo, en un primer salto desde un avión no se abre el paracaídas. «Hubo un problema con el pliegue, que es algo que ocurre una de cada mil veces, pero si hubiera tenido un ataque de ansiedad igual hoy no estaría aquí...». ¿Y qué se hace para salir vivo? «Lo primero, recuerda lo que te enseñaron, mantén la calma, respira y soluciona», resume serena. «Creo que, del mismo modo, mi trabajo de investigadora me ha dotado de unas habilidades que encajan perfectamente con lo que ellos buscan. Por eso, me encanta aprender todo tipo de cosas, porque todo te sirve para solucionar problemas, incluso cómo hacer un cocido y que quede bueno. Hay ciertas estrategias de mi trabajo que he aplicado en la cocina, y de la cocina en mi trabajo. Y lo mismo con las artes marciales, cuando construyo cosas o hago puzles. El croché es una serie de progresiones matemáticas: vas tejiendo en espiral aumentando múltiplos de seis».

sara garcía astronauta
Pipi Hormaechea
Vestido de tirantes de cuero de Chloé.

Sara, a pesar de su tranquila apariencia, es una mujer con una curiosidad insaciable. No en vano atesora experiencias de todo tipo que no van necesariamente ligadas a la formación académica: también adora viajar, la música, el cine, teñirse el pelo de colores o la moda. «Mi madre tenía una tienda de telas y, como no teníamos muchos recursos para comprar toda la ropa que nos gustaba, la hacíamos nosotras. Comprábamos revistas de moda para ver las tendencias y revistas de patrones, y luego le pedíamos a alguna clienta, que eran amigas, que la cosieran con la única máquina que había en el pueblo».

También es aficionada al crossfit, al submarinismo o al krav maga, el sistema de defensa personal del Ejército israelí que le ha permitido, cuenta entre risas, «derribar a un marine de 120 kilos». Y, al parecer, todo lo hace bien. «Nooo... ¡Soy muy patosa! Me doy muchos golpes, me choco, se me caen mucho las cosas. Claro que hay cosas que se me dan mal, pero a todo le pongo mucho empeño y voluntad», aclara Sara. Esa resistencia, mezclada con un aire soñador, hacen de esta leonesa un ejemplo de determinación: «Cuando mucha gente decide abandonar algo, que es perfectamente válido cuando no te interesa o no te gusta, yo sigo trabajando, sigo esforzándome. Y no es que se me dé todo bien, es que invierto mucho y le pongo cariño a cualquier cosa, desde envolver un regalo para una persona hasta diseñar un protocolo dentro de una investigación contra el cáncer».

«Me siento un poco en deuda por el hecho de que toda mi vida me he beneficiado de la educación o la sanidad públicas, eso hace que yo quiera que esa inversión que se ha hecho en mí retorne a la sociedad»

La otra vocación

Tras completar sus estudios en Biotecnología y ser la primera de su promoción, Sara se doctoró cum laude como bióloga molecular y, poco después, a instancias del doctor Mariano Barbacid, comenzó a trabajar en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), donde hoy lidera un proyecto para descubrir fármacos contra el cáncer. Para ella, ese término en realidad «abarca más de 300 enfermedades diferentes», y lo que la llevó a querer investigar en un terreno tan inabarcable fue una motivación personal: «Yo sólo tenía claro que quería dedicarme a la rama biosanitaria y contribuir de algún modo a la sociedad. Quizá me siento un poco en deuda por el hecho de que toda mi vida me he beneficiado de la educación o la sanidad públicas, eso hace que yo quiera que esa inversión que se ha hecho en mí retorne a la sociedad», confiesa. Y continúa: «El cáncer en particular me pareció interesante por su complejidad y por el impacto que tiene hoy día. Cada vez que oímos esa palabra nos echamos a temblar. Así que creo que hacen falta muchas mentes y mucha investigación. Y si por mis capacidades puedo aportar un poquito... me hace feliz».

Look de imagen principal: Sahariana en lana fría con cinturón de maxihebilla y pantalón, de Gucci. Salones de Aquazzura. Maquillaje y peluquería: María García para Dior.