Cada vez se nos levanta más la ceja ante un clásico chico conoce a chica y sortean toda clase de obstáculos y sufrimiento hasta que consiguen estar juntos y vivir felices para siempre. Al menos en la teoría, el amor romántico ya no se sostiene como solía, no convence el triunfo de la relación a cualquier coste, la prioridad absoluta, el fin de la vida más allá de la pareja. Sin embargo, un sustituto parecido en términos de toxicidad llena ahora este vacío en nuestra educación sentimental: el ‘trabajo romántico’.

Igual que en el canon tradicional de amor se le pide a la relación que sea no una parte sino el todo, el sentido de nuestra vida, con el trabajo hemos llegado a un punto similar. Le pedimos, además de buenas condiciones –demasiadas veces como sustituto–, que sea lo que nos defina, nos valide y nos haga levantarnos cada mañana.

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Crédito: Editorial Portolio

Al observar esta situación, el periodista experto en vida laboral Simone Stolzoff se propuso descubrir qué falla y cómo construir una relación más sana. Para ello, entrevistó a chefs, inversores de Wall Street, profesores y muchos otros trabajadores con un rasgo común: todos son el vivo ejemplo de lo que sucede cuando le pedimos al trabajo que sea más que un trabajo. El resultado es The Good Enough Job (Un trabajo lo bastante bueno), un libro en el que recoge estos testimonios y explora alternativas a esas dinámicas tóxicas. Antes de seguir, un disclaimer: la conclusión no es que el trabajo no importa, o que es un simple medio para un fin, que la ambición es mala o que debemos hacer lo mínimo indispensable. El objetivo de este término que Stolzoff acuña y que da título a su libro es que reformulemos el trabajo como una parte de nuestra vida en lugar del total de la misma y que no idealicemos lo que puede ofrecer. Hablamos con él para averiguar cómo.

La ambición al servicio de objetivos diversos

La ambición no tiene buena prensa últimamente. Leemos sobre la Gran Dimisión o la Era de la ‘Anti-Ambición’; vemos en TikTok vídeos de empleados quiet-quitting (haciendo lo mínimo indispensable para no ser despedidos). Sin embargo, la alternativa tampoco es demasiado tentadora. Al fin y al cabo, un trabajador medio tendrá que dedicar como mínimo ocho horas a aquello por lo que recibe un sueldo. ¿Suenan apetecibles 8 horas de nihilismo y apatía diarias, con los minutos que pesan y no pasan? «Todos hemos vivido esos días en los que te sientes poco comprometido o no tienes suficiente trabajo, y a menudo son los peores. Por eso no creo que ese nivel de desentendimiento y nihilismo sea la receta para el bienestar laboral», explica Stolzoff. «No es necesariamente un problema el preocuparte por tu trabajo o buscar empleos que se ajusten a tus intereses, no hay nada malo en ser ambicioso, pero creo que deberíamos diversificar el objetivo de nuestras ambiciones», añade. «Puedes ser ambicioso en tu carrera, sí, pero también en ser un buen amigo, en cultivar tus relaciones, implicarte en tu comunidad, defender las causas en las que crees, la forma en que decoras tu casa, lo que cocinas para cenar… Hay muchas formas de ser ambicioso y mantener un nivel de excelencia, pero nuestras carreras no deberían ser el único vehículo para esa ambición».

Una identidad sólida más allá del trabajo

Desde muy pequeños nos preguntan: ¿qué quieres ser de mayor? Desde muy pronto ya entendemos por ‘ser’ el trabajo que queremos ejercer. Ambos quedan ligados para siempre. Stolzoff explica como, cuando crecemos y entramos al mundo laboral, la unión se potencia hasta el punto de que nuestra autoestima está totalmente condicionada por nuestro rendimiento. Esto es un problema en muchos sentidos, pero sobre todo porque si nos definimos exclusivamente a través del trabajo, la idea de nosotros mismos que construiremos es demasiado frágil y dependiente. «Cuando desarrollamos varias facetas de nuestra vida y nos identificamos en todas ellas, estamos mucho mejor equipados para lidiar con posibles reveses de la vida», explica. Por eso, incide en la necesidad de construir y cultivar otras fuentes de identidad. Para ello, primero es necesario «crear pequeños contenedores en los que trabajar no es una opción. Un espacio asegurado en tu calendario, en tu cabeza o a través del compromiso hacia otras personas. Un espacio en el que no entre la oficina portátil del smartphone». Lo segundo es elegir cómo llenar este espacio. «La mayor parte del tiempo lo pasamos en modo de trabajo o en modo de recuperación, es decir, apagar el cerebro y poner Netflix. Si queremos cultivar otras identidades, tenemos que hacer otras cosas que no sean trabajar, y para ello no basta con dejar de dar prioridad al trabajo; hay que dar priorizar a otros aspectos de la vida, encontrar tiempo para ellos e invertir energía en ello igual que lo hacemos en la oficina», expone.

¿Qué significa ‘suficiente’?

Hablar de un trabajo lo bastante bueno nos lleva a considerar el término ‘suficiente’ y sus connotaciones negativas. Suficiente como sinónimo de conformismo, de no haber llegado a lo que soñábamos inicialmente. Stolzoff nos invita a redefinir este concepto. «Suficiente no es una medida, no es cuantitativo. Es tu propia definición de una vida bien vivida y de lo que necesitas para llevarla a cabo», explica. El primer paso aquí es el más difícil: hay que deshacerse de las expectativas ajenas, dejar de validarnos a través de factores externos como la reputación asociada a un puesto laboral. Se supone que los dos puntos anteriores nos ayudan a dar este primer paso.

Después viene otro igual de importante: pensar en tu definición de una vida bien vivida y en cómo tu carrera puede apoyarla. «Por ejemplo, si quieres vivir en Madrid o en Nueva York, es obligatorio que tengas unos ingresos determinados, mientras que si quieres vivir en Galicia o en Montana, no necesitas ganar tanto dinero», explica. Después toca pensar en lo que a uno le importa, no en relación con un trabajo concreto, sino en general, en la vida laboral. «Quizás sea el trabajar con gente a la que puedas considerar amigos, o que salgas del trabajo a una hora determinada, o que trabajes en un sector concreto para poder marcarte una trayectoria profesional, o una cierta cantidad de dinero», apunta. Una definición propia versus una impuesta.

El papel de las empresas

Para construir una relación más sana con el trabajo no basta el deseo y la buena fe de los trabajadores. «Solo las empresas pueden promulgar las protecciones estructurales que impiden que la gente desarrolle una relación tóxica con el trabajo», afirma Stolzoff. Nos da algunos ejemplos: normas explícitas sobre el descanso –vacaciones, desconexión digital– o sobre el control de jornada. Lo más importante es que sean explícitas. «Creo que muchos de los problemas de la cultura empresarial, especialmente con el teletrabajo, es que las normas de la empresa no son lo suficientemente explícitas. No dicen ‘vale, usamos Slack o Teams, pero la expectativa es que estés disponible entre las 9 y las 5, y no nos enviamos mensajes después de esa hora’». Otra protección estructural es contratar suficientes trabajadores para no sobrecargar, o que los líderes ejerzan como modelos de esta relación sana con el trabajo.

Stolzoff defiende que un mayor equilibrio entre vida laboral y personal no es solo una utopía para los trabajadores, también mejora la eficiencia y la calidad del trabajo y, por lo tanto, beneficia directamente a la empresa. «Si estás en la hora diez de una jornada de doce horas, no estás produciendo tu mejor trabajo. Con un enfoque más sostenible de la productividad podremos hacer un mejor trabajo a largo plazo», afirma.