Truman Capote, Winston Churchill, Lord Byron, Aristóteles Onassis, Jack Nicholson, los Agnelli y Carolina de Mónaco son algunos de los turistas que han dado fama a Dubrovnik, una de las urbes más bellas de Croacia. Restaurada por la Unesco tras la guerra de los Balcanes, celebra hasta el 25 de agosto una nueva edición de su Festival de Verano, una cita con música, teatro, literatura y danza al aire libre, que nació en 1950.

El puente levadizo de la puerta de Pile es la entrada principal de la antigua República de Ragusa –como se llamaba en la Edad Media– situada a los pies del monte Srd y circundada por una muralla del siglo XIV, de casi dos kilómetros de longitud y 25 metros de altura. Caminar por su adarve y disfrutar de las vistas es una gratificante experiencia.

Adoquines de mármol. Desde el siglo XII, la calle Placa, también llamada Stradun, es la arteria central. Pavimentada con adoquines de mármol y repleta de terrazas, restaurantes y tiendas, recorre el centro y finaliza en la popular torre del reloj. Cerca quedan la columna de Orlando y la iglesia de San Blas, uno de los templos más importantes junto a la catedral de la Asunción, de estilo barroco y coronada por una hermosa cúpula. La fuente de Onofrio abastece de agua a los vecinos desde hace seis siglos. También en el casco antiguo está el palacio del Rector, del siglo XV, en cuyo atrio se celebran conciertos nocturnos durante el Festival, y el palacio Sponza, construido durante la dominación veneciana del siglo XIII.

El mejor momento para disfrutar de todo el encanto de Dubrovnik es la caída de la tarde, cuando bajan las temperaturas y zarpan los cruceros que hacen escala allí. Es entonces cuando las calles y los monumentos se iluminan con faroles y velas, otorgando a las piedras un brillo espectacular, y cuando se entiende la cita del Nobel irlandés Bernard Shaw: “El que quiera ver el paraíso en la Tierra tiene que venir a Dubrovnik”.