No te conozco y tú a mí tampoco. Sé de ti que quieres correr una media maratón y sacarte, por fin, el carné de conducir. Que te gusta una camiseta de Laagam, que aún no te has comprado, y un bolso ridículamente grande. Que no has leído el nuevo libro de Jabois, pero lo tienes pendiente, y que vives en Santiago. Llegué a ti haciendo 'scroll'. Yo iba en un taxi y, entre tuits despotricando del político que tocaba ese día y comentarios de 'OT', me encontré con tu mensaje.

En él te preguntabas «si algunos aspectos de tu vida mejorarían si entrases más dentro de la normatividad, o si, en realidad, ser guapa no te mejoraría la vida en nada». Era la primera vez que me cruzaba con tu nombre en X y ni siquiera sentía por ti ese vínculo extraño que desarrollamos con gente con la que jamás hemos hablado pero de cuyas vidas estamos al tanto por Instagram. Qué cosa tan extraña, ¿verdad? Antes pasaba con los que salían en las revistas de corazón y en la tele, pero ahora nos ocurre con cientos, con miles de personas.

Pero ese no es el tema que hoy nos ocupa, aunque tienes cara de que te guste hablar de estas cosas. Lo sé porque quise saber cómo eras. Por qué no encajabas dentro de los estándares normativos y por qué te sentías así. Lo primero que hice fue pulsar en tu foto de perfil y ampliarla. Era un plano medio en blanco y negro, con el mar de fondo. Llevabas un vestido de tirantes y el pelo, negro y liso, suelto. Parecías una chica bastante guapa. Para comprobar que no era cosa del blanco y negro, me metí en tu perfil en busca de otra foto. Ahí me enteré de lo de la media maratón y la camiseta de Laagam. En la imagen que encontré estabas en una terraza, con un croissant en primer plano y tu cara lavada en un segundo. Debía ser verano porque también ibas en tirantes y estabas muy morena. En efecto, eras una chica bastante guapa.

Debajo de tu tuit, en forma de respuesta, tú misma habías colgado la imagen de una influencer a la que te gustaría parecerte. No la conocía y lo primero que pensé al verla es que ni siquiera era más guapa que tú; no era una de esas muchachas despampanantes sino una chica normal con más dinero y más tiempo para invertirlo en buscar modelitos que la media.

Con el taxista preguntándome si quería copia del recibo me di cuenta de una obviedad: que tus palabras habían resonado en mí porque yo misma me había hecho esa pregunta alguna vez. Me había planteado, como tú, si mi vida sería mejor si midiera un poco más o pesara un poco menos, si sería más feliz con un pelo denso y sedoso como el de las chicas que se hacen ondas con la Dyson en TikTok e incluso si mi casa se pareciera a las suyas, con un jardín lleno de hortensias donde hacer yoga todos los días.

Supongo que es inevitable, Inés. Por eso tu tuit no habla sólo de ti, sino de toda una generación de mujeres. Pero esa influencer rubia a la que admiras, que ni siquiera es más guapa que tú, sino que únicamente tiene más dinero, también siente eso mismo a veces. También mira la foto de otra mujer y piensa que si fuera como ella todo le iría mejor.

También supongo que ni este consuelo de tontos ni esta carta van a lograr evitar que, de tanto en tanto, tengas días oscuros, que pienses a veces que quieres ser otra, porque estamos rodeadas de propaganda que nos hace querer ser otras. Pero ojalá que al menos uno de esos días, cuando eso pase, recuerdes estas líneas y que, a unos cuantos kilómetros, hay una desconocida que piensa que tienes un pelo precioso.