Existen historias que soló se entienden con el paso del tiempo. Empecemos por una. El 17 de octubre de 1995, las gemelas Brielle y Kyrie Jackson llegaban al mundo 12 semanas antes de lo previsto. Por aquel entonces, el protocolo hospitalario dictaba que había que separar a los gemelos prematuros en dos incubadoras distintas para minimizar el riesgo de infecciones, y así lo hicieron.

Una de las hermanas, Kryie, nació en mejores condiciones y fue evolucionando de manera favorable, pero no ocurrió lo mismo con Brielle, que, más pequeña –no pesaba ni siquiera 1 kilo–, pronto comenzó a dar muestras de retroceso. El 12 de noviembre entró en estado crítico. No podía respirar bien y su diminuto cuerpo fue tomando un color gris azulado. Su ritmo cardíaco se aceleró y le dio hipo, una señal inequívoca de alerta: la niña estaba bajo estrés.

Fue entonces cuando entró en juego la enfermera que, después de hacer cuanto pudo para estabilizarla, recordó la historia que le había contado un colega médico: en algunos países, a los prematuros se los ponía en una misma incubadora. «¿Con qué finalidad?», se preguntó. ¿Y si ella, saltándose la ortodoxia, juntaba a ambas a ver si pasaba algo? Lo hizo. Y, efectivamente, lo que sucedió fue un milagro que se bautizó como el abrazo salvador.

Tan pronto como se cerró la puerta de la incubadora, Brielle se acurrucó junto a Kyrie, y rápidamente se calmó. En cuestión de minutos, sus lecturas de oxígeno en sangre empezaron a progresar, tanto que se convirtieron en las mejores desde que había nacido. Mientras dormía, Kyrie pasó su bracito alrededor de Brielle, estrechándola no sólo contra sí, sino reteniéndola, amarrándola a la vida. La piel, decía Paul Valéry, es lo más profundo que hay en el hombre.

Vayamos a otra historia. Hace poco escuché en la radio al embriólogo Mark Grossmann, de la clínica de fertilidad IVF de Barcelona, que hablaba sobre «la soledad del número nueve», que es el título de una reciente investigación científica. Grossmann contaba que en los procesos de reproducción asistida, los embriones están dispuestos en cajitas y cada uno tiene su posición, porque así pueden identificarlos para controlar su evolución a lo largo de los días.

En la caja hay ocho posiciones por un lado y ocho por el otro. Si hay nueve embriones, el noveno está solo en su área. Pues bien, después de muchos estudios, se ha comprobado que estar aislado le resta potencial y no se desarrolla como los demás. De manera que el biólogo apuntaba a un hecho interesantísimo: los embriones agradecían crecer juntos. Pero todavía no existen tantos datos, ni imbricadas explicaciones, ni cifras que lo avalen. Es solamente, por el momento, una intuición. Y sin datos, ni explicaciones, ni cifras, la realidad siempre pende del hilo de la fantasía y del deseo.

En la actualidad, en casi todos los hospitales se ha adoptado la co-cama como tratamiento especial para gemelos recién nacidos, porque es un método que parece reducir la cantidad de días de hospitalización y los factores de riesgo. Pero hizo falta ese abrazo de Kyrie para comprenderlo. Y queda poco, seguro, para que entendamos las relaciones entre esos organismos pequeñísimos, los embriones, que prefieren no estar solos.

Existe un orden invisible, un orden que da razón de aquello que no podemos entender. En ocasiones, despistados, lo llamamos magia, ilusión, deseo, y, en otras, asumimos que sólo es cuestión de tiempo. Sea como fuere, lo importante es someterse a ese no entenderlo todo, a convivir con la incertidumbre, aceptando que algunas de las cosas más importantes ocurren y ocurrirán sin que jamás sepamos por qué, y que no por eso querrá decir que no existan.