En un afterwork, un fin de semana de team building o en los eventos navideños que coparán nuestras agendas en las próximas semanas es fácil olvidarlo. Es fácil olvidar que esa persona que te está contando el episodio más traumático / vergonzoso / gracioso de su vida, o la que baila encima de la mesa, es la misma que el lunes aprobará tu trabajo y en unos meses decidirá si tu sueldo crece un poco o sigues siendo igual de pobre. O al revés. También es fácil olvidar que la persona con la que te acabas de beber tres chupitos tendrá que dar tu criterio por bueno en la próxima reunión.

Tener amigos en el trabajo es importante. Cómo no va a serlo, si es el lugar donde más horas pasamos. Según un estudio global realizado por el International Social Survey Program (ISSP), las relaciones personales puntuaron como la variable más importante a la hora de medir la satisfacción de los trabajadores. No solo es importante, sino bueno para nuestra salud mental. Según otro estudio publicado en la revista Communication Studies, tener amigos en el trabajo se asocia con una mayor creatividad, innovación y un clima de cohesión. Los trabajadores con amigos tienden a estar mejor informados, más satisfechos y mejor preparados para afrontar el estrés.

La amistad en general es satisfactoria, necesaria, una de las bases de nuestro bienestar. En el trabajo no iba a ser de otro modo. Pero la amistad también es complicada, y en el trabajo todavía más, pues entran en juego roles, situaciones e intereses que poco tienen que ver con lo que implica ser amigo. Partiendo de esta premisa, dos investigadoras de la Universidad de Pensilvania identificaron estas contradicciones.

Cuatro rasgos que definen una amistad que entran en tensión con cuatro elementos fundamentales de la vida laboral

La informalidad, la voluntariedad, las normas comunitarias y los objetivos socioemocionales, en principio, no conjugan demasiado bien con los roles formales, las obligaciones involuntarias, las normas de intercambio y los objetivos instrumentales. Estas investigadoras también identificaron otros posibles conflictos entre amistad y trabajo, como que la cercanía nos hace compartir detalles de nuestra vida personal con supervisores de manera despreocupada, o que la similaridad que nos hace ser amigos es la misma que puede hacernos competir por el mismo tipo de oportunidades.

Como en toda disyuntiva, la clave está en el balance. En poner límites para que la amistad afecte en la menor medida posible al trabajo, y viceversa. Para no confundir amistad con networking, para no pasarnos de la raya. Para mantener la toxicidad a raya en lo personal y en lo laboral. La psicóloga especialidad en mediación laboral Elisa Sánchez y la experta en Recursos Humanos Carla Lazo responden a nuestras dudas:

¿Hasta qué punto debo dar opiniones o desvelar aspectos personales en el trabajo?

Lazo aconseja dar un margen de seis meses desde la llegada a una empresa. «Durante este tiempo, intenta medir tus opiniones y sentimientos. Sé cauta. Pasado los seis meses, habrás establecido distintos niveles de confianza con tus compañeros, es decir, sabrás con quién compartir más información y con quién ir con cuidado», explica. Para Sanz, aún cuando hemos pasado esta fase inicial, nunca debemos convertirnos en esa típica persona sin filtro. «Con amigos del trabajo y fuera, con la familia, con la pareja… La sinceridad total no es sinceridad, es sincericidio. En el trabajo, más aún, porque hay más cosas en juego además de la relación personal. Recomiendo tener cuidado sobre todo en situaciones en las que hay alcohol de por medio», advierte.

¿Puedo pedir favores a mis amigos en la oficina?

Es en este punto donde los límites entre amistad y networking se vuelven borrosos, y debemos ser sinceros con nosotros mismos a la hora de establecer quién es amigo de verdad, dentro y fuera, y quién es un buen contacto. Lo último no es malo, pero sí diferente. «Los favores deberían pedirse en ocasiones totalmente excepcionales. Los problemas de dinero son los que más daño hacen a las relaciones, por lo que intentaría pedir pocos favores de ese estilo. En el trabajo limitaría 100% esa solicitud de favores, por mucha confianza que se tenga», apunta Lazo. «En todo caso, la petición de favores ha de aceptar un ‘no’ por respuesta. En el momento en que nos sentimos obligados por el hecho de que es nuestro amigo, hemos cruzado el límite», añade Sanz.

¿Existe la amistad entre jefes y subordinados?

La situación donde más evidente es esa tensión de la que hablaban las investigadoras de la Universidad de Pensilvania. Sanz y Lazo están de acuerdo en que son relaciones que hay que coger con pinzas. «Las relaciones de amistad, como todas las relaciones, tienen que basarse en la equidad. Un organigrama de una empresa es lo contrario a eso, y es fácil que la relación personal entre en conflicto», observa Sanz. Lazo coincide en que es peligroso en ambos sentidos. «Aquí juegan factores como los favoritismos, conflictos de interés, sensibilidad a la hora de dar feedback negativo. Yo evitaría la amistad con un/a superior. Si existe una relación cordial y coincidís en planes a menudo, no compartiría información sobre compañeros de trabajo o datos personales», apunta. Respecto a los jefes, opina que «deben mostrarse accesibles y transmitir confianza. Si se cruza la línea, la percepción de autoridad y respeto puede disminuir. Un jefe ‘colega’ no tiene mayor nivel de eficacia. Se valora más la percepción de trabajo en equipo, indicaciones claras y justas y feedback positivo-negativo».